A lo largo de años de historia la relación bilateral entre Uruguay y Argentina ha sabido de buenos, excelentes, malos y pésimos momentos.
Más allá de las diferencias sobre el mate, el dulce de leche, el tango La Cumparsita y el fútbol, uruguayos y argentinos se dicen hermanos pero muchos recelan de ello.
Argentina tiene una embajada en Montevideo, cuatro consulados (Colonia del Sacramento, Fray Bentos, Paysandú y Salto). Uruguay tiene una embajada en Buenos Aires y dos consulados generales (en Córdoba y Rosario), 3 consulados (en Colón, Concordia y Gualeguaychú), 2 consulados honorarios (en Mendoza y Neuquén).
Ambos países son miembros fundadores del Mercosur y miembros de pleno derecho del Grupo de los
77, del Grupo de Río, de la Asociación Latinoamericana de Integración, de la Asociación de Academias de Lengua Española, De la Organización de los Estados Iberoamericanos, de la Unión de Naciones y del Grupo de Cairns.
Hoy la relación no pasa por uno de sus mejores momentos. Es que en los últimos años no ha habido coincidencia política. La victoria de Alberto Fernández y el retorno del peronismo al poder significó una interrogante acerca del relacionamiento entre Argentina y Uruguay, porque además de la tensión comercial arrastrada entre las cancillerías, el triunfo de Luis Lacalle Pou significó que los dos gobiernos tengan un signo político opuesto.
La relación entre ambos países se vive con diferencias, tanto en los gestos como en los enfoques. Existen diferencias notorias en la relación con Venezuela, en el apoyo a la reciente reelección de Luis Almagro como Secretario General de la OEA, en el posicionamiento ante el Mercosur, un encuentro de presidentes que todavía no tiene fecha, y los permanentes reclamos de la cancillería argentina por la nueva planta de UPM y lo que consideran un "lobby británico" en Uruguay por las Islas Malvinas.
Hoy, sin embargo, ninguno de los dos países ha demostrado que el camino a transitar para mejorar las relaciones diplomáticas es a través de profesionales. Por el contrario. Han preferido ir por el camino político.
Argentina nombró de inmediato como su embajador a Alberto Iribarne, un abogado que supo ser Ministro de Justicia en el gobierno de Néstor Kirchner. Uruguay, hoy también tiene como embajador, finalizando ya su periodo, a Héctor Lescano, un político que supo ser senador y Ministro de Turismo y Deportes.
Argentina, con la designación de Iribarne, movió primero. El tema es que en círculos políticos y diplomáticos uruguayos llama la atención los cambios del nuevo gobierno. Primero se anunció que su actual embajador en España, Francisco Bustillo, sería enviado a Buenos Aires, fundamentalmente por su estrecha amistad con el Presidente Alberto Fernandez. Después el Canciller uruguayo le ofreció el puesto al reconocido abogado, senador y ex Canciller Sergio Abreu. La sorpresa fue cuando llegó el veto del nuevo Presidente uruguayo. Tenía su propio candidato. Mayor sorpresa aún cuando se conoció su nombre. Se trata del ex Intendente de Florida, Carlos Enciso, nombrado en primera instancia para formar parte del equipo económico como cabeza de la Corporación para el Desarrollo. Enciso es amigo personal del presidente uruguayo y lo acompaña desde la primera hora. Pero no son méritos suficientes para liderar una representación diplomática de la importancia de Buenos Aires. Se le conoce una buena gestión en su departamento aunque después sus intenciones de convertirse en senador y ocupar un cargo en el gabinete ministerial se dieron contra la pared ante los pocos votos que cosechó a nivel nacional. Sin duda, un premio demasiado grande.
Un observador político con años en su profesión recordó que el anterior gobierno de Tabare Vázquez estuvo a punto de cometer el mismo error. Fue cuando el ala astorista, o sea los conservadores del Frente Amplio, pretendía esa embajada para Rafael Michelini, un senador que usufructuó el apellido, para ocupar por años un puesto en el legislativo uruguayo con una mediocre gestión. Sin tener secundaria aprobada y ser etiquetado como un gran mentiroso. El presidente Tabaré Vázquez lo cortó de raíz. A pesar de que el Canciller, el ex vicepresidente Rodolfo Nin, era su aliado político. Enciso no es Michelini pero tampoco es un profesional de la diplomacia, de la que carece de experiencia. Ahora, deberá demostrar que está capacitado para tamaña responsabilidad. Muchos dudan y no entienden la decisión del gobierno uruguayo. El tiempo lo dirá, una vez que ambos países dejen atrás la crisis provocada por el Coronavirus.
Augusto Santerino
Comentarios
Publicar un comentario