En algún sitio preguntaron: “¿y al chavismo qué le pasó?”. Todavía el
viento trae recuerdos de cosas que decíamos los venezolanos cuando ese modelo,
primero presentando como regenerador de la democracia, reformador y revitalizador
de las libertades, comenzó a mostrar su verdadero rostro: una autocracia más, un
huracán populista potenciado por la renta petrolera y la decadencia del sistema
de partidos políticos tradicionales. Simulemos algunas frases: “Los avances de
Chávez en material social son innegables”, “Chávez ha hecho cosas buenas, sólo
que tiene su estilo”, “Yo no creo que cierre RCTV, emisoras de radio,
periódicos, tenga presos políticos o ampare el reinado de la delincuencia”, “No
puede, no debe, no lo permitiremos”. Líneas así impregnaron el debate político
durante años. Hoy, ¿cuáles son las conclusiones?
Las cenizas de
Venezuela dejan un manojo de incógnitas, todas dirigidas a quienes tuvieron la
responsabilidad de regentar una administración con abundantes recursos y amplia
autonomía de vuelo. A casi tres años de la muerte de Chávez, podemos hallar
respuesta a esto:
¿Qué pasó con la
división de poderes, la descentralización, el respeto a las minorías, la
productividad económica y la Venezuela potencia de la que el chavismo habló en
su primer período presidencial? ¿Acaso no fueron los máximos promotores y
defensores de la Constitución de 1999 los primeros que la liquidaron para
concentrar todo el poder en el Ejecutivo? ¿No fueron quienes se presentaron
como salvadores de los pobres, defensores de los humildes y necesitados, los
pata en el suelo, los de abajo, quienes al ser beneficiados con las mieles del
poder terminaron empobreciendo al país mientras se enriquecían groseramente?
¿Dónde quedaron los valores éticos propugnados por la Revolución cuando sus
dirigentes, que vivían en las cumbres del oeste caraqueño, dieron la espalda a
sus raíces para terminar instalándose en las lujosas lomas del este o cuando
los líderes chavistas provenientes de caseríos y pueblos rurales coronaron sus
corruptas carreras procurándose fortunas escandalosas en el extranjero? ¿Qué de
la lucha contra el imperio, los yankees, los ricos, cuando casi todas las
figuras públicas del oficialismo están inmersas en un escándalo monumental por
sus cuentas en dólares?
Encontramos un referente que
inspira estos cuestionamientos a la Revolución Bolivariana en las interrogantes
que se planteara Hannah Arendt en “Sobre la revolución” (Alianza, 2006) a
mediados del siglo pasado, cuando analizando la Revolución Francesa, sus
promotores, causas y consecuencias, se pregunta lo siguiente:
“¿No habían sido realistas
en 1789 los mismos que en 1793 no sólo se vieron conducidos a la ejecución de
un rey (independientemente de que hubiera sido o no un traidor), sino a la
condena de la monarquía como ‘un crimen eterno’ (Saint-Just)? ¿No habían sido
abogados ardientes de los derechos de la propiedad privada los mismos que en
Ventoso de 1794 proclamaron la confiscación de las propiedades, no sólo de la
Iglesia y de los émigrés, sino
también de todos los ‘sospechosos’, para que fueran entregadas a los
‘desfavorecidos de la fortuna’?”.
Como asegura Arendt, y como
después quedó confirmado por el devenir de los hechos, “todas las historias
iniciadas y realizadas por hombres descubren su verdadero sentido únicamente
cuando han llegado a su fin”.
El chavismo llegó a su fin. Encontró terreno
fértil en 1992, ascendió al poder en 1998, se consolidó en 2004 y murió con la desaparición
física del líder carismático en 2013. Lo demás, eso de “El Legado” y otros
cuentos, es esoterismo, mito y propaganda. En adelante, solo quedaron los
sepultureros del sistema, tambaleándose, resistiendo, cargando a cuestas un
saco con los resultados de 17 años de mal gobierno; soportando embates internos
y externos hasta que, definitivamente, desalojen o sean desalojados del poder. Lo
que suceda primero.
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