El fervor por la figura del papaFrancisco alcanzó su punto máximo durante la gira por los Estados Unidos, país
que no había querido conocer antes por lo que representa políticamente. Se notó
esa opinión en la selección de las figuras que propuso rescatar del país. Dos
de ellas que recuerdan lo peor de su pasado, el racismo y la esclavitud, y dos
asociadas a la victimización frente al mercado y las ideas socialistas. No
parece un recorte precisamente positivo, pero a nadie le importó que dejara
afuera a todas las figuras que hicieron de los Estados Unidos el país de la
libertad desde su nacimiento. Pareciera haber dicho: Ustedes han hecho cosas
horribles y lo que tienen para celebrar como resultado, los hace culpables
frente a los socialistas representantes del sufrimiento. Pero la imagen ganó al
mensaje o fue el vehículo para que simplemente se tuviera que aceptar.
Abrió su discurso ante el
Capitolio, invitando a los miembros del Congreso a legislar como Moises, para
la unidad y en representación de Dios. A nadie le escandalizó esa asociación
teocrática, no parece haber resistencias para algo así. Como un nuevo constituyente,
un “re-founding father” sentenció que “La sociedad política perdura si se
plantea, como vocación, satisfacer las necesidades comunes favoreciendo el
crecimiento de todos sus miembros, especialmente de los que están en situación
de mayor vulnerabilidad o riesgo”. Es decir, el poder, el recaudador, el
policía y el legislador (el que dice cómo se hacen las cosas), en síntesis, el
que manda, tiene una misión de provisión; el monopolio de la fuerza es un
hospital de campaña. No le habló a los norteamericanos pidiéndoles generosidad,
lo hizo a sus políticos.
Ante la Asamblea de las Naciones
Unidas fue mucho más explícito en su mensaje neo-constituyente: Los bienes son
para ser usados para los demás, nunca para uno. Los derechos individuales son
falsos derechos, los verdaderos derechos tienen que ver con repartir. Para
aportar un poco a la confusión remitió a la definición clásica de justicia en
tanto “dar a cada uno lo suyo”, pero siempre declarando al sufrimiento como
acreedor, nunca al esfuerzo y jamás al propio disfrute de la vida. Volvió
muchas veces sobre su visión sobre el mercado como un aparato de exclusión,
dogma que no abandonará y si es necesario sostendrá ignorando la pobreza y la
verdadera exclusión en Cuba y sin pensar que, cuando reclama por los
inmigrantes en Estados Unidos, pareciera que esos aspirantes a habitar
libremente en el suelo americano lo desean porque el mercado los recibe y el
estado no. Los organismos internacionales de crédito son malos, pero no en
tanto recaudan por la fuerza y prestan a los irresponsables, sino en cuanto
pretenden cobrar a los países en dificultades; que lo están porque el mundo se
divide entre los que están bien que son malos y los que están mal que son
buenos. Reservándose una última categoría que es la de los que tienen por
destino señalarlo. Esos organismos financieros, dijo, “están des-gobernados”,
es decir “gobiérnenlos”. En general señores, gobiernen más, que están
gobernando poco.
Si uno toma distancia del
episodio y la explosión de emocionalidad (aunque ésta última es clave, ya voy a
mencionar por qué) se percibe la anormalidad de este viaje y estos mensajes.
Hay una aceptación de unos gestos y unas acciones que implican no solo la
adhesión del jefe de la iglesia al credo socialista, sino su intención de que
sea ejercido en nombre de la religión católica y por encima de todos los
gobierno de occidente. Del retiro de la Iglesia en los últimos siglos, a este
aprovechamiento sin pudor alguno de cierto grado de confusión reinante para
cambiar el orden de las cosas. El estado ahora tiene un patriarca, algo
inaceptable medio siglo atrás, dada la terrible experiencia del pasado. No nos
quedemos sólo con las expresiones de fe socialistas, útiles para inyectar
culpa; sus movimientos y posturas no se compadecen con el orden constitucional
tal como venía barajado. Todo tapado por un sentido abrumador del espectáculo
político emocional, aprendido en un país que está muriendo bajo esa expresión
artística. Es tan fuerte que cualquier disidencia o crítica, resulta políticamente
incorrecta. Es el paso firme de la irracionalidad, la sacudida emotiva que
permitirá justificar cualquier cosa y obliga a muchos a olvidar los contenidos
y las tendencias. Como todo siempre va acompañado de alguna cosa elíptica que
hay que descifrar, los negadores siempre tendrán pasto para no ver lo evidente.
No hubo mensaje religioso alguno
de parte del papa, salvo el contenido en el rito litúrgico. Todo fue política y
mensaje a los políticos. Ninguna nutrición espiritual, todo reclamo de desprendimiento.
El problema es que ya ni se distingue entre bondad gratuita y religión.
Algunos periodistas del ala
conservadora destacaron la poca o nula mención a Cristo en sus discursos.
Aludió a los papas anteriores en las Naciones Unidas, pero siempre en
referencia a cuestiones políticas. No mucha gente lo advierte porque todo es
“bondad” en sus palabras, hasta tono y pose de bondad. Se mueve como pez en el
agua en el acercamiento a las personas con efecto visual; una mano aquí, una
sonrisa allá. A su vez no recibe a los disidentes en Cuba ni a las víctimas de
los abusos sexuales a menores de parte de representantes de la Iglesia. Reúne a
los obispos y los señala a ellos como las víctimas de esos escándalos,
refiriéndose a cuánto habrán sufrido, sin mostrar interés alguno por las
personas verdaderamente dañadas que expresaron su asombro. Pero el efecto y la
pulsión políticamente correcta es tal, que los diarios coincidieron en titular
el evento destacando que había dicho que la pedofilia estaba muy mal y que
esperaba que no volviera a ocurrir. La palabra crimen no fue mencionada y el
público fue des-informado por todas las crónicas.
El papa hizo una gira sin dudas
histórica. Ha cambiado todo en mi opinión, empezando por la posición de la
Iglesia como estado. La ha dado el lugar que sus antecesores modernos han
querido evitar, como miembro pleno de la comunidad internacional. Un estado
hecho y derecho, pero guía moral de todos los gobiernos. Con un gran despliegue
populista y un manto abrumador de una bondad que borra todos los límites entre
la espiritualidad y la política. Un signo de los tiempos que vivimos y los que
vienen. A quienes nos interesa la libertad, nos toca ahora la tarea de
cuestionar esa versión de bondad y esa versión de política. Como estado pleno,
al Vaticano también se le podría reclamar la solución de todos los problemas y
se le podrá atribuir a su falta de acción política (es decir de uso de la
fuerza “legítima”) cualquier desgracia. Pero eso no ocurrirá porque el sitial
ganado es del de señalar.
¿Es malo el papa? Esa es la
pregunta que presumo me harían los encantados que no quisieran directamente
insultarme, para preservación de la bondad, que de eso se trata este partido.
No estoy interesado en ese juicio. Creo que quiera o no está haciendo mucho
daño, pero no es su responsabilidad. Francisco con su formación y su posición
existencial con la que ve a la vida como una desgracia general que debe
administrarse con espíritu espartano y amor a la pobreza, encontró al mundo
como está. No lo hizo el. Llega cuando el espíritu socialdemócrata es la idea
casi única, porque en gran parte se ha huido del debate con ellos en el punto
en el que para discutirlos hay que estar dispuesto a ser llamado malo y
egoísta. Los socialdemócratas saben eso mejor que los directamente comunistas;
mientras pongan de frente la culpa del otro lado encontrarán poca resistencia.
De modo que este es un occidente lleno de culpas por sus éxitos y pocas por sus
fracasos, acosado por una supuesta invasión bárbara que viene con su
fundamentalismo. Ese cocktail parece perfecto para la irrupción de un papa que
abandonara el pudor por la política y cambiara por completo su rol, sin que sea
notado; un fundamentalismo alternativo, nuestro, sin turbantes. Porque sabe que
así como ya no se ve diferencia entre bondad y poder, hay un pasito para borrar
todo vestigio de resistencia a la teocracia.
Francisco hizo la gran gira de la
culpa, incluso incorporó definitivamente una que no le pertenecía a la Iglesia
para nada, la medio ambiental. Ahora, las administra todas. Él es el gran legislador.
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